Yo si le creo a los indígenas, por Noé Valdés.
En los primeros años de la década de los 70s del siglo pasado; gracias a que de la oficina de prensa del gobierno del estado me comisionaron como fotógrafo de la señora Virginia Cordero, esposa del entonces gobernador don Rafael Murillo Vidal, tuve la oportunidad de conocer a los hoy artistas consumados Elena Rojo y Juan Ferrara. Los conocí en la actuación de una película referente a la vida de los indígenas huastecos.
A instancias de doña Virginia se realizó la película y fue el famoso corto metrista español Demetrio Bilbatúa el responsable de rodar aquella película, los artistas mencionados realizaban su actuación con todo profesionalismo; ella, Elena, engalanada con un atuendo con bordados de punta de cruz y adornado con chaquira, representaba a una princesa nahua de esa región, él, Juan, enfundado en un calzón blanco y su moruna al cinto, la hacía de indígena en donde mostraba como viven en la montaña y era una fiesta llena de color por sus vestimentas cuando bajaban al pueblo a ofrecer su cosecha y hacer su compras.
Hago esta referencia porque los artistas que en aquella época eran unos jovencitos, recuerdo que cuando los vestían de indígenas y en las escenas donde se tenían que actuar junto con los verdaderos indígenas de la región de Chicontepec no se notaba la diferencia, las muchachitas de Sasaltitla, cuando se rodaba la película se miraban tan bellas como Elena y ella tan linda como ellas.
Los jóvenes también naturales, todos ellos vestidos de calzón blanco, que le hicieron a la artisteada en aquel histórico cortometraje; Juan, el artista se confundía tanto entre los nativos, que solo el grupo que siempre los acompañábamos viajando en el mismo automóvil, comiendo en la misma mesa y en ocasiones les ayudábamos a colocarse las prendas indígenas, los podíamos identificar.
Cerca de dos meses fueron los que convivimos con los artistas de la farándula y los ocasionales artistas indígenas de la huasteca veracruzana. Fue una experiencia tan maravillosa que ni los 35 años que han pasado han podido hacer que yo me olvide de aquello que para mis 18 años de aquel entonces era algo nuevo.
Esa fue mi oportunidad de conocer a mis hermanos los indígenas, conviví de cerca con ellos, eran tiempos difíciles tanto para ellos como para la gente de la ciudad que querían estar cerca de los indígenas, los caminos eran unas brechas, los ríos más caudalosos y un poco de inseguridad, pero que quede claro, la inseguridad no era por los indígenas sino por los caciques que no permitían que aconsejaran y les abrieran los ojos a los indígenas para seguirlos explotando.
Los caciques; los de orca y cuchillo de esas regiones, hacían trabajar a los indígenas todo el día por una mísera paga, los obligaban a que compraran en sus tiendas, les malbarataban sus cosechas, sus bordados y por si eso fuera poco, abusaban de las hijas de los nativos y no había autoridad que les castigara.
En aquellos tiempos pude percatarme de muchas injusticias, por no hablar, menos entender el idioma español, cuando un indígena cometía un delito se le sentenciaba sin que hubiera una defensa que entendiera su idioma; otros problemas como tener que trasladar cargando en parihuelas a sus enfermos por muchas horas de camino hacia las grandes ciudades para que fueran atendidos de alguna enfermedad, las mujeres parían en sus chozas si bien les iba y en algunas ocasiones les sucedía en la parcela jalándole al azadón preparando la tierra para sembrar o en la cosecha.
Por eso, con pelos y señales puedo decir que conozco a los y las indígenas, se que las mujeres se fajan tanto en el bracero haciendo la comida para el marido y los hijos y el hombre trabaja duro en la parcela preparando la tierra, sembrándola o cosechando, para que tengan que comer sus hijos y su mujer, los conozco y se puede decir que en más de las ocasiones no les alcanza la cosecha para sobrevivir, pero no es porque sean flojos, sino porque son pequeño los espacios con que cuentan para sembrar.
Todo sabemos que los indígenas la sufren por no tener lo indispensable para tener buena salud, los niños tienen que caminar mucho para que puedan recibir la educación primaria, ahí está la explicación de porque los muchachos de hoy tienen que emigrar del campo hacia la urbes, no es suficiente lo que les da la tierra para curarse o para que los jovencitos asistan a la secundaria o la preparatoria, de ellos todo eso lo podemos escuchar; menos que sean mentirosos.
Eso si no es creíble; ¿Por qué creé amable lectora y lector que los indígenas no dicen mentiras? –y eso no lo digo yo, son los mismos indígenas que orgullosamente lo platican-por la sencilla razón de que los castiga Tata Dios, nada más que por eso y en ese aspecto los indígenas son fieles a sus creencias y fallarle a Dios es como fallarle a sus hijos, fallarle a la esposa al marido o viceversa.
Por eso en el caso tan llevado y traído o manoseado de que la señora Ernestina Ascencio Rosario le haya mentido a su familiar que la asistió en los últimos momentos de su vida no es creíble, lo creíble es que lo que dijo es estrictamente lo que sucedió.
Yo no entiendo qué ganaría la señora Ernestina que mintiera como fueron los hechos, en esos momentos se piensa que es cuando más se dice la verdad, precisamente cuando una persona presiente que está en los últimos momentos de su vida.
Es posible que haya existido alguna negligencia y todo se haya enrarecido, pero que haya mentido la señora no es posible, porque los indígenas podrán tener todos los defectos del mundo -pero repito- menos que sean mentirosos…Cualquier comentario sobre este indigenista texto, favor de enviarlo a valdesnoe@yahoo.com
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